viernes, 17 de enero de 2020

MALDICIÓN SOBRE LO APOLÍNEO




Valiente a la hora de afirmar el rechazo a los 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘢𝘥𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰, pero un cobarde a la hora de atreverse a contemplar con plenitud el tacto de algo tan elevado como lo físico, pero físico, entendido desde el punto de vista romántico y privado de la palabra.

No cualquiera se entrega con total seguridad a la lujuria, si sabe que el descontrol le asecha a la espera de dominar sus instintos -teme el que desconoce su ser y naturaleza-, parpadeando culpa. Pero, ¿no es acaso el descontrol 𝘥𝘪𝘰𝘯𝘪𝘴í𝘢𝘤𝘰 de los sentimientos atados, una virtud natural y biológicamente ancestral en la mujer y el hombre? Entregarse, formar parte de algo, fundir los sentimientos sin miedo a pertenecer o dejar en la mente de otra persona un recuerdo o vestigio, una dependencia, negarse a esto cuando realmente se aspira a lo contrario, también es cobardía oculta, también es negación y dolor para dicha persona, y el cobarde lo sabe perfectamente, pero prefiere cual serpiente sacar de la manga viejas y anticuadas excusas, típicas de aquel que se niega a vivir, cuando realmente quiere, mas mentalmente no puede.

Entre lo racional y lo empírico habrá siempre una distancia mas que considerable, la misma distancia que separa a aquel que teoriza y al otro que pone en practica y defiende sus ideas con hechos tangibles, mas no con excusas baratas dignas de un racionalismo vencido. Y podrá parecerme una persona de bien aquel que razona, pero siempre me parecerá superior aquel que razona y acciona, aquel que salta sin pensarlo dos veces...

𝗔𝗿𝘁𝗲: "𝘛𝘩𝘦 𝘸𝘰𝘮𝘢𝘯, 𝘵𝘩𝘦 𝘮𝘢𝘯, 𝘵𝘩𝘦 𝘴𝘦𝘳𝘱𝘦𝘯𝘵" (1911) de 𝗝𝗼𝗵𝗻 𝗕𝘆𝗮𝗺 𝗟𝗶𝘀𝘁𝗼𝗻 𝗦𝗵𝗮𝘄.

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